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lunes, octubre 27, 2003

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DERECHO DE ANTIGÜEDAD

Hacía cinco años que éramos amigos, reñíamos, discutíamos y nos enojábamos con frecuencia. Cierto es que la amistad se forra de acero con el paso del tiempo, sí, pero no siempre es inoxidable.

Hace una semana, mi amigo se convirtió en el tercero en discordia. Pensé que la llegada del extranjero sería pasajera, debo confesar que jamás lo asimilé. El imprudente extranjero no se dio por satisfecho con traer su cultura a tierra ajena, se propuso además imponérsela a mi amigo y éste la recibió como la noche a la luna.

Han pasado dos meses desde esa pequeña “colonización” y ahora me he convertido en la rueda de repuesto, ahora soy yo el extraño, ahora resulta que soy quien tiene que ser invitado a unírseles, yo con mi esencia tranquila, tan tranquila que aburre, tan hueca que se la lleva el viento.

He sido presa del desplazamiento, tan común en el entorno que habito; ya me he resignado, nunca di queja alguna, ni la daré, por el contrario, cerraré la boca, secaré mis lágrimas y apagaré mi furia.

Jamás me uniría al enemigo, prefiero perder mi reino defendiéndolo antes que asociarme al enemigo. Me mantendré tranquilo y esperaré a que el derecho de antigüedad ejerza su poder. (Daniel Avechuco).

domingo, octubre 26, 2003

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SOBRE LA POESÍA

La poesía es el lenguaje de los humildes, de los niños y los profetas. Porque en el principio era el Verbo y el Verbo era Dios.

Por esta razón la poesía que no cura, que no revela, que no transciende, que no instruye, que no transporta al lector al sitio de la verdad no es poesía, es otra cosa, es una mutación de los preceptos originales. Un engaño de la mente. Un espejismo del racionalismo. Una trampa de los conceptos. Una bofetada contra la realidad. Un herida de orgullo.

El Verbo es el principio de todas las cosas, por lo tanto, un poema contiene una porción de la eternidad. La poesía es medicina, es sinceridad. Es la restauración anhelada de las circunstancias. (Tomado de Letras de Cactus, http://deljuan.blogspot.com)

viernes, octubre 24, 2003

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UNA NOCHE CONRAD SE PUSO A ESCRIBIR EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

A los 37 años, Joseph Conrad ha dejado el timón y las cartas de navegación, los ha cambiado por una pluma. Una voz profunda le dicta sus relatos y su mano autodidacta encuentra una vereda transparente. No le mortifican las vanguardias literarias, ni siquiera les presta atención. Conrad (1857-1924) escribe conmovido por un eco de tambores que resuena en su pecho dictando un código. Lo traduce ágilmente porque no teme a los idiomas. Sus intensos viajes marítimos le han tatuado el alma y se apresura a contar una suerte que resultó errabunda desde su cuna.

El corazón de las Tinieblas es acaso un relato dentro de otro, el umbral de un laberinto desconocido y escalofriante. Marlow, el narrador protagonista, decide contar a sus amigos sus experiencias más insondables. Ha encontrando la atmósfera propicia: un barco que descansa en la rivera somnolienta del Támesis, un grupo de amigos íntimos que sabrán escucharle y un halo de tranquilidad que parece desconocer sus orígenes.

Jamás lo dirá, pero el espacio es África, África negra que abre sus fauces vegetales inexpugnables y muestra al mundo un capítulo escondido de la prehistoria; cobra vida una sociedad primitiva ajena a todo género de civilización, inmersa en la lucha por la supervivencia frente a las fuerzas tremendas de la naturaleza. Ríos inverosímiles, faunas desconocidas en vírgenes vientres matizan el relato selvático.

Ha llegado el hombre blanco. Lentamente ha ido bordando un sistema que le permitirá usufructuar las riquezas de ese continente desconocido. El legendario marfil, es el símbolo que sacude la avaricia y la sed de poder. Viaja el oro blanco por las inmediaciones del río traicionero y en acecho. Encallan los buques y la civilización. El hombre blanco ha llegado hasta el corazón de las tinieblas. Ahí emergen riveras insalubres y lagos exóticos hasta entonces desconocidos para el europeo. Ha llegado también el bastón imperial con un malogrado disfraz de comerciante, ha llegado como ave de rapiña el aventurero audaz que sirve a la Corona para servirse a sí mismo.

Entre los riesgos terribles que ofrece el corazón de las tinieblas descansa el peor de todos: el de la locura. Quienes pretendan el éxito en aquellos rincones alejados de Dios, habrán de someterse al vahido de la selva; roto el baúl de su propio espíritu los rasgos más abominables se precipitan. No pretenden sobrevivir. Buscan imperar. Kurtz ha llegado hasta lo más hondo, ha transformado su propia esencia para internarse en el pantano bárbaro y convertirse ante los salvajes en piedra de adoración. Ha descendido en el escalón de la evolución y se ha codeado con los peores degradaciones para imponer su ley. El suyo es otro corazón de las tinieblas, es el corazón de la colonización, tan salvaje como los propios nativos que comen carne de sus semejantes y matan sin el menor pretexto. Ha sembrado la muerte entre los nativos con una saña reverencial. Por eso le temen y le convierten en ídolo. Su voz y su fuerza son mandíbulas titánicas que pueden consumirlo todo si se lo propone. Los aborígenes le siguen como hipnotizados por una deidad terrible. También los blancos que orbitan en su influjo.

Con una lengua prestada Conrad se apropia del final del siglo que le toca vivir. La ley del más fuerte. La ley de la selva. Esa es la bandera de las compañías británicas que van a encontrar su propio origen en el capítulo más atrasado de la especie. Pleno de simbolismo, Conrad no ha de premiar a la deshumanización, deja a Kurtz atrapado sin salida en su imperio de irracionalidad pagana, atado a las enfermedades como una lacra estéril. Abyecto, carcomido por el recuerdo imborrable de la muerte y la desolación Kurtz muere en medio del oprobio que ha sembrado en esa región. Es la condición humana lo que reclama la atención del lector:: "El horror... el horror".
Ahora todo está listo para emprender la toma final. El corazón de las tinieblas ha encontrado otro corazón amargo y obsceno, el de la ambición imperial capaz de subyugar escrúpulos en el océano de su expansión.

Marlow no se recuperará jamás de aquella oscura experiencia, ni Conrad, ni nosotros.
(nacho mondaca).


jueves, octubre 23, 2003

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Ritual Nocturno

Una vez más esa sombra varonil se acerca, de nuevo se filtra por la oscuridad de mi habitación, como siempre a la misma hora, en el mismo estado (sin ser capataz de sus sentidos). Lentamente la tenue luz del pasillo baila sigilosamente al ras de su sólida figura, estática entre el arco de la puerta que está casi en su totalidad abierta; él puede olerme, saborea el exquisito miedo que mis arrugadas sábanas emanan desde mis poros a través de éstas; sigue saboreando el temor que me produce el verle de pie, a unos escasos metros de mi cama en vela a media noche; una vez más pronuncia mi nombre con una áspera y balbuceante voz de nueve tequilas. La tenue luz sigue ahí, plasmada en la alfombra azul celeste, que se expande a lo largo de la habitación hasta llegar a mi cama, en donde yo, con ojos de espías, le observo con vista camuflageada con movimientos somnolientos.

Parece siempre un ritual nocturno, en busca de compresión, odio, amor, pasión, ¡qué sé yo!; pero siempre viene a mí, a mi lecho, a mi alcoba (de tantas que hay, sabiamente tuvo que elegir la mía); sabe que le espero, aunque a veces demuestre lo contrario. Empieza por hacer la señal visual de aprobación a nuestro encuentro; lentamente dejo ver mi pecho con las ya retiradas sábanas de color índigo; él camina indeciso por la habitación, cerrando meticulosamente la puerta tras él. Y la tenue luz que una vez invadió mi alcoba, se va empequeñeciendo como si una fuerza sobrenatural la acarreara consigo hacia la penumbra, hacia el abismo, el odio; quisiera ser esa sombra e irme junto con la oscuridad y perderme entre sus brazos color azabache; pero ahí estoy, postrado en el lecho de la compasión, de la resignación.

Una vez más su sombra (ahora manipulada por la celosa luna de plata) se acerca a mi lecho, sin decir nada sus manos comienzan por hacer y deshacer con mi cuerpo sus más íntimas y heterodoxas fantasías. Recorre cada parte de mí. Besa mi cara como si mi rostro fuese una especie de divinidad encarnada en mortal faz; la mía; como si estuviese esperando toda una eternidad para rozar esos frágiles y quebrantados labios con los suyos. Yo le respondo de igual manera. Sus manos no dejan de actuar; mientras una recorre mi pecho, mi vientre; la otra no deja de juguetear y perderse por mi castaña cabellera. Su lengua, que como navaja, va desgarrándome, con verdugos esfuerzos, fuertemente mis papilas gustativas; es exquisito el sabor de su ebria saliva. Siempre le espero por la noche. Ahora lentamente va recorriendo mi cuerpo a besos, mientras me manifiesto con suaves gemidos provocados por intenso placer. Una punzante palpitación comienzo a sentir al sur de mi cuerpo, una avivada dilatación se va germinando regado con agua de lúcido placer; él se percata de esto y lanza su voraz boca inundando mi sexo con sus labios. Ahora es mi mano la que se pierde en su nocturna cabellera, imitándole el son de los vaivenes de su cabeza; sus manos dejaron de actuar en mí tomando un nuevo cuerpo con quien jugar; el suyo. Como cada noche.

La marea de lujuria nos arrastró arrancándonos la razón de nuestras perturbadas mentes, para cumplir su meta, el placer. Ahora su cuerpo mora sobre el mío, como descansando por un momento; sólo para protegerse. Su lengua se dirige hacia mi oscuro altar de placer (donde es imposible la divina concepción); grandes y furiosos gemidos me produjo, mientras que él continuaba con su ejercicio circular de lengua, dejando plasmada su lúbrica saliva en el púlpito de dicho altar; donde la oración son sus gemidos. Necesito de la eucaristía de su voluptuoso cuerpo, la carne de su colosal sexo; ¡vamos qué esperas!, tengo mis piernas alzadas mostrándote hacia ti mi más pura revelación de mi fe, que necesitada de tu pasión está, y ese agujero donde falta ser llenado con el lujurioso calor de tu sexo; necesito purificarme con tu santificado sabor. Gotas saladas recorren tu frondoso pecho bañándome el mío, la voluptuosidad de tu sexo oprime mis paredes intestinales desgarrándome sonoros orgasmos, con esos intensos y acelerados vaivenes; que parecen destrozarme lúbricamente cada vez más.

Al fin el momento se acerca, un río espeso empieza a surgir del ojo derramador de blancas lágrimas, quemándome mi vientre, mi pecho y mis labios (ya que tuve que acercarlo con mis manos, recogiéndolo con extremo cuidado para poder saborearle precipitadamente entre mis labios); río proveniente de Leteo, has que olvide cada noche que desperdicié al no haberme entregado a las voluptuosidades del libertinaje; castígame por haberme negado matar a Caín creyéndome incapáz de disfrutar estos lúbricos deseos; con este cáliz brindaré por cada alma que está perdida en el pudor y la religión; necesito este bálsamo genital que curará todas las frustraciones de mi existencia. Como cada noche.

Al terminar el ritual nocturno, como debido es, corres con diligencia hacia el baño, a enjabonar tu sacrílego sexo, a lavar la vergüenza como cada noche; tirando los residuos del producto del acto, arrojándolos por el drenaje, para que nadie pueda descubrir tan mundano y repetitivo secreto. Al salir, como es de costumbre, no dices palabra alguna referente a tan hermoso y libertino acto recién hecho (ritual nocturno), sólo el acostumbrado “perdón”, o en su defecto, un “buenas noches”; para que la tenue luz de nuevo deslumbre el azabache y heterodoxo color de mi habitación, deslumbrando con su cálido calor tu sobrio rostro recién lavado, ahora venerado e infecundo; sin vergüenzas, sin ataduras; para poder ir con tu amante que me obligas a llamarle “Madre” (o acorde con mi edad, Mamá), para ir a su lecho y decirle miles de excusas por tu demora; para poder descansar y a la mañana temprano sentarnos en la mesa familiar, para tomar los aperitivos matutinos, todos juntos como una hermosa familia católica, en un estático cuadro pintado con hipócritas acuarelas de color ficticio. (Azabache Nocturno).

martes, octubre 21, 2003

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EL SEÑOR REDONDO

No le caía bien a Martín, lo detestaba, oía sus chistes que hacían reír solo al más ignorante y le daban nauseas. Qué momentos tan nefastos para él, los tenía muy presentes como un martirio, una anécdota de enojo.
Martín tenía que aguantar a Redondo, ya que este era su cuñado, el querido hermano de su mujer, al que ella veía como un triunfador y un hombre perfecto.

El tal Redondo, como lo indica su apellido, era una persona regordeta, en pocas palabras el señor Redondo era redondo. Otros rasgos a destacar en su fisonomía era su singular bigote en forma de espiral hacia adentro de la cara, el peinadito de lado, gafas curiosamente redondeadas y unos pequeños ojos, dando la impresión de ser un personaje de fines del siglo XIX.
Redondo acostumbraba salir a correr todas las mañanas, aunque estas carreras no cambiaran nada en su aspecto físico, siempre pasaba por frente de la casa de Martín y su esposa, seguido por muchos de sus amigos y otras personas que querían exaltarlo. – ¡Vaya! Es una gran atleta – le decían los aduladores. Y Redondo sonreía, alimentando su ego a cada paso. Martín los veía pasar y solo saludaba hipócritamente.

Lo que más le hacía enfurecer, y por lo cual sentía como el hígado casi le tronaba, era cuándo su mujer lo comparaba con su dulcecito. – ¡Deberías ser como él! – decía ella – haz las cosas como mi hermano y de seguro tendremos una vida mejor.
Eso era lo que más detestaba, era algo por lo cual él sentía la necesidad, no de matarla a ella ni a su hermano, sino matarse él de un buen balazo en la cabeza con su amada escopeta y así descansar de una vez por todas de la presencia del benemérito señor Redondo. Martín era cartero, un empleo humilde, con una paga que alcanzaba para mantener a su esposa, y vivir con tranquilidad siempre y cuando no hubiera excesos. Mas ella estaba disgustada, ya que él, se sentía conforme con lo que tenia, no quería trascender más allá de eso.

Redondo era el ejemplo a seguir, no nada mas para la mujer de Martín, sino para todo el pueblo de San Felipe; tenía la fama de ser un hombre trabajador, honrado, amigable, etc. Y lo era. Todos lo querían, no había fiesta o reunión en donde no fuera invitado o por quien no fuera saludado.
Y había otra cosa por la cual la gente lo quería mucho, y era su estrecha amistad con el cura de la capilla de San Felipe, una amistad “intachable”.
El señor Redondo se ocupaba de cualquier cosa que le faltara a la capilla, que si había unos hoyos en la pared, rápidamente mandaba gente para que los rellenara, o si hacían falta cosas para celebrar la misa ya sea accesorios varios o indumentaria, el “bondadoso” Redondo se encargaba de proveerlos; y podía hacer todo esto pues tenía una situación económica muy cómoda. También hacia acto de presencia en las misas, leyendo las lecturas primeras y recolectando la limosna. Era gracioso verlo arrodillarse al momento de la consagración, asemejaba ser un dulce querubín gordo. Al terminar la misa toda la gente se congregaba alrededor de Redondo y el cura, todos hablaban con ellos pidiéndoles consejo o invitándolos a una cena. Por supuesto, Martín y su esposa se encontraban entre la muchedumbre, su mujer con una sonrisa de oreja a oreja y él con una expresión de asesino reprimido.

Un día Martín decidió ir al templo para encontrarse precisamente con el cura, y comentarle acerca de todo ese resentimiento que lo inundaba; fue a una hora en que la gente del pueblo rara vez salía de sus casas, para que nadie lo viera. A esa hora se le conocía como la hora muerta debido a que las calles se llenaban de un vacío sepulcral, que para cualquiera que hubiera llegado de fuera juraría que San Felipe era un pueblo fantasma.
La parroquia estaba sola, como era de esperarse, pero estaba cerrada, entonces fue hacia la parte trasera de ésta, ya que ahí estaba una pequeña vivienda donde solía estar el sacerdote haciendo algunos apuntes o leyendo. Conforme se iba acercando olfateó un olor a rosas muy agradable, se acercó un poco más y ésta vez escucho unos gemidos que lo desconcertaron. Se puso de puntillas y sin dejar de poner atención a lo que oía siguió caminando hacia la vivienda que adquiría aires de misterio.

Llego hasta la pared, y los gemidos eran más fuertes. Se puso bajo una de las ventanas, y empezó a levantar la cabeza hasta poder tener una buena apreciación de lo que ocurría adentro. Se agacho rápido al sentir algo detrás de él, pero no había nada. Volvió a erguirse, y por fin pudo ver lo que adentro acontecía. – Me lleva el demonio. – dijo entre labios Martín. Si, el cura estaba adentro de la habitación junto con su amigo Redondo, y los gemidos eran de una visitante que se encontraba acostada desnuda disfrutando de las manos arrugadas de los dos señores. Martín se quedó estático, un poco excitado, lleno de sorpresa, impactado; no podía pensar en nada. Se agachó y en cuclillas se aparto de la ventana, salió de los confines del templo y partió hacia su casa esperando asimilar con calma lo que había presenciado.
Tenía con que ensuciar la imagen intachable que tenía el pueblo con respecto a esos dos, San Felipe es un pueblo muy conservador y una noticia de actos lascivos en el patio trasero de la iglesia con el cura de la parroquia y Redondo como protagonistas sin duda les movería el tapete a muchos beatos.
En su casa, Martín repasó lo que había sucedido, sus ánimos de decirle a todo el pueblo lo acaecido desminuyó. Podía contarlo, pero, ¿cómo probarlo? No había más testigos que él. La reputación de Redondo era muy fuerte, de seguro si decía algo la mandarían literalmente a la hoguera por blasfemo.

Finalmente, para no causarle una vergüenza a su esposa y a sí mismo, decidió no decir nada, ese hecho seria sepultado en lo más profundo de su memoria.
Martín, cuando tenía una serie de frustraciones dentro de él, solía sacar su escopeta y dispararle cuanta lata, botella o ave se encontrara. Y esta vez no fue la excepción. Se levantó temprano, abrió el ropero en donde estaba su escopeta y la saco. Salió al frente de su casa y colocó una serie de latas y botellas viejas en el borde de la cerca que rodeaba una parte de su hogar.
Disparaba con todo su sentimiento, vomitaba toda la podredumbre que le oprimía; se detenía a momentos, recargaba su arma, respiraba profundo y volvía a disparar. Muchas de las balas se iban desviadas, pero poco importaba, lo que se buscaba era desahogarse no tener buen tino. Su esposa salió despavorida de la casa. – ¡Deja eso que estas haciendo mucho ruido! – gritaba la mujer. Bajó la escopeta, respiró profundo y sonrió; tenía el semblante relajado, todos sus nervios y presiones habían desaparecido.

Después de este sano tratamiento contra el estrés, dispuso ir a caminar alrededor del pueblo, era la hora en que Redondo andaba en su carrera diaria. – Tal vez me lo encuentre y hasta lo salude con gusto – pensó Martín. Inicio su camino y se fue pensando en lo que seria su nueva etapa de hombre tranquilo y tolerante.
A lo lejos vio un tumulto de gente, esto lo intrigó y acelero el paso para enterarse de lo que pasaba. Al llegar a donde se encontraba las personas, vio que estaban llorando unas señoras, se acercó a una de ellas y le preguntó que era lo que pasaba. – ¡Es Redondo! – dijo consternada. Martín se acercó a la aglomeración de gente que formaba un círculo alrededor de algo y se abrió paso a empujones a la escena que todos presenciaban. Si, como le habían dicho, era Redondo que yacía en el asfalto, con su ropa de hacer ejercicio gris teñida de rojo. De pronto entre la gente se oyó un grito que heló a todos en especial a Martín:

¡Alguien le ha disparado a Redondo!

(Humberto Limón)

viernes, octubre 17, 2003

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PARA MI YOCASTA

El blancor de mi inocencia
Con insidia lo has manchado.
Oculto en las tinieblas ilícitas
Te espìo;
Gozando un placer sucio
Misterioso y delicioso.
El respirar tu aroma de mujer
Mis tiernos pulmones ha pervertido.
Tus labios rojos con su brillo
Mis venas han quemado.
Estoy hipnotizado
Con la curva de tus caderas
Y su bamboleo trazado.
Deseo ese contacto físico de antaño,
De mi, cómodamente mimado
Acurrucado en tus senos a mordidas
Bebiéndome el dulce jugo que me ofrecías.
Y aquí en lo oscuro,
Mis pieles gimen y se mueven
Mis músculos primerizos
Tensos y entrelazados
Con éxtasis se han fatigado.
La semilla del mal
En mi has germinado.
Pues he descubierto
Una sensualidad desconocida
En tus carnes: la ambrosía.
Dejando atrás los celos enardecidos
Por caprichos no cumplidos.
Olvidando el cadáver destrozado,
Quiero obsequiarte un regalo.
Por agradecimiento de tantos años
De seducción haberme nutrido.
Como prueba sincera de amor
Te ofrezco en copa de vino:
¡La sangre de mi padre
Y el semen de tu hijo!

(Alán Quintero)

miércoles, octubre 15, 2003

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Rojo que te quiero rojo

Antes de morir te quiero rojo. No por que me guste su color, sino por que odio su sabor; me estremece el sentirlo en mis labios. Uno más y que más da. ¿Quién lleva la cuenta?, si para esto no se acierta. Ni yo mismo sé quién fue el primero, tal vez mi hermano; ya que yo no fui culpable del destino de la señora que luz me dio, opacando la suya. Pobre ilusa, incluso me dijeron que se moría de ganas de tenerme; cumplí su deseo.

Me he olvidado del por qué, no hay motivo en sí, sólo deseos; empieza por los ojos, te aniquila la sensación; le miras (los varones, mis favoritos o depende del ánimo), tú sabes que es esa la persona, el siguiente. Su anatomía me paraliza, me atrapa en cierto tipo de enredaderas mortales, vivas, cálidas; a eso le llamo enamorarse.

El cómo, ahí varía la situación situación. Muchas veces los amo con tanta locura, que simplemente no domina la razón, les dejo en cama a descansar, de tan agitada noche; muchos suelen llamarle pecado, crimen. En cambio yo le nombro pasión. ¿Qué si les amé?, bastante, tal vez demasiado, por eso me da miedo estar siempre con ellos; son tan perfectos para mí, sólo les dejo uno o dos días conmigo, quizás uno extra sólo si su fragancia endulza mis fosas nasales. No todos amamos de la misma manera.

Me preguntas cómo lo hago, simplemente el deseo surge como orgasmo, fluye por tu cuerpo, calcinándome la carne, y es cuando mis trémulas manos actúan, un sólo tajo y le lleno de besos; no me gusta desperdiciarla, es tan bella, tan coloridamente roja, carmín. Una vez probada, la sed es insaciable, por eso la odio. A veces es mejor durar más tiempo, juntando mis manos les provoco más placer; a él y a mí, sobre todo a mí, al verle en sus ojos reflejando el más intenso miedo, se agrandan hasta implorar inmensa piedad visual; su corazón se agita rápidamente, para después descender sus latidos (el sonoro tambor del miedo). Me excita verles convertirse en camaleones, cuando deja ese color vivo y pasa a uno más pálido y frío.

Cuando están en cama son tan pasivos, callados y jamás te niegan algo; pero tampoco hablan, y de nuevo me pierdo en la soledad; en el onanismo. Busco a otro modelo, otro dios pagano, otro cuerpo para que me haga compañía y saciar mis deseos y lujuriosas ansias de amarle; para que no se vaya, para que mi habitación se impregne de ese exquisito olor a putrefacción, y lave las mismas sábanas; pero con el rojo de otro cuerpo, el sexo de otro amante. La sangre de otro muerto. (Marco Ochoa).

martes, octubre 14, 2003

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FOTOGRAFÍAS

Era el día más perfecto de su vida, tenia que serlo todo la había llevado ahí, el planear la entrega más perfecta de su vida, se amaban y en eso no había duda, se habían enamorado una noche hermosa, todo paresia un bello cuento de príncipes hadas y la corte en un bello castillo, era la fiesta de una amiga mutua él la invitó a bailar y al sentir que sus brazos la rodeaban pudo sentir de inmediato esa química perfecta del amor y la atracción. Al terminar el mes, ya habían empezado la relación que la llevaría mas adelante a conocer su pasado.

Coincidieron en muchos amigos asistían a las fiestas y se veían después del colegio, en la casa de alguien o en el parque, el lugar no importaba lo único importante era estar juntos, pasar horas interminables abrazados sin decir nada en silencio disfrutando el amor.

Esa noche ella mintió para poder salir de casa, el simplemente no volvió de la escuela, por no mencionar el lugar y el modo de conseguirlo, mencionaremos que era mágico, como toda niña lo ha soñado, velas, incienso, sabanas blancas, música y sobretodo amor, comenzó dulcemente con ternura por que es verdad cuando dicen que la ternura es la pasión en reposo, él la besaba y ella se dejaba besar, ella le quitaba la ropa y el se dejaba desnudar, él la acariciaba y ella se dejaba acariciar, y al sentir su pubis junto al de ella.

En ese momento sintió una extraña repugnancia, no por el hombre que estaba con ella pero si por esa forma del encuentro de sus pubis, serró los ojos y al instante se presentaron miles de imágenes fotografías horribles sobre el acto amoroso, una niña se reía y se dejaba tocar, unas manos femeninas la detenían de la cintura, en un cuarto horrible lleno de telarañas y cuya puerta solo era cubierta por una cortina.

Ella lo alejó antes de que sus sexos se encontraran y comenzó a llorar, él creyendo que era solo por miedo, dijo que la comprendía y la mantuvo abrazada por horas, horas en las que ella solo lloro sin decir palabra.

De ese día en adelante es fotografías de su mente se le presentaban a cada momento, en la escuela, al vallarse y ella misma tocarse, en sus sueños siempre presentes, el simple hecho de ser tocada por otra mano le daba asco, era una sensación insoportable, la relación con su novio, con sus amigos se hizo tensa, intolerable para ambos lados, su familia decía que era por la edad y los de su edad que era por la familia el hecho era que esas alucinaciones o revelaciones se le presentaban con mayor frecuencia.

Ese día salió temprano de su recamara, era fin de semana y sus hermanos aun dormían, sentía el piso helado del pasillo que separaba su recamara de la cocina, había tenido una noche llena de pesetadillas y miedos, ascos y repugnancia. Encontró a sus papas tomando café era muy temprano y era inusual que se levantara a esa hora pero ellos no lo notaron le dirigieron solo un ¡buenos días! Y continuaron con sus planes, ese día visitarían a una anciana que había cuidado de ella y sus hermanos de chicos, le ordenaron que estuviera lista en una hora.

Su padre era muy puntual el carro salió justo en el tiempo mencionado, después de dos horas de camino, bromas de sus hermanos y reprimendas de sus padres, el carro se detuvo frente a una casa muy vieja, una anciana los recibió con gran alegría, besos y abrazos se repartieron al por mayor.

La casa era sucia y tenia el olor característico de las casa de campo, el ambiente era sofocante y todo estaba cubierto por un fino polvo que molestaba la nariz.

Se sentía mal todo el ambiente la molestaba, salió de la habitación y se dirigió al patio, en el fondo se distinguía un cuarto, se dirigió hacia el y la simple fachada le revelo que el secreto de los sueños estaba ahí esperándola.

Se dirigió con paso lento, cautelosa, pudo ver el frente, era un cuarto de terrado, con una horrenda cortina roja cubriendo la puerta, la levanto y al instante dejo salir un horrible olor a heces y tierra podrida, las telarañas y el olor a putrefacción invadieron sus sentidos, y al dirigir sus ojos a un rincón pudo ver la verdad.

Se vio pequeña de unos seis o siete años, una joven de su edad ahora la tenia en una esquina, le había levantado el vestido rosa que llevaba y ella se había quitado el pantalón, le decía que solo era un juego que se estaban divirtiendo que era parte de todo y que después cuando fuera mayor lo disfrutaría un más, pegaba su vagina a la de ella y paresia disfrutarlo, eso que antes aprecian risas era un llanto ahogado, le repugnaba sentía asco pero no gritaba, se vio ahí indefensa ante la curiosidad de una adolescente reprimida.

No quiso saber mas salió del cuarto y corrió, corrió lo mas lejos que pudo de su pasado y se quedo parada sola con la sensación de no tener mas por que vivir estaba sola con eso y no se lo diría a nadie antes era preciso terminar con su vida.

Así lo hizo regreso a casa con sus padres no lloraba y eso era extraño, era muy sentimental y ahora no podía ni siquiera pensar en algo mas que no fuera el dulce placer de la muerte, el descanso a esa tortura que la había estado atormentando por meses, no pensaba que le haría daño a los demás solo pensaba en su descanso.

Y lo planeo muy bien, salió el siguiente día rumbo a casa de una amiga llevaba solo un pantalón y una playera, y en su bolsa una navaja, la misma que le había regalado su papá a su hermano mayor, se dirigió al baldío que acostumbraba visitar, se paro justo a la mitad, miro alrededor y serró los ojos lentamente sintió el dolor del acero cortando su piel, sus tejidos, su corazón, experimento el placer del dolor carnal por la liberación del dolor espiritual.

La encontraron dos días después con una sonrisa en los labios. (Elvira---Kim Jurashi).
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MUNDO A OSCURAS

Me he encerrado en un mundo a oscuras,
donde mis ojos son la única luz,
y alumbran tu silueta, en la mayoría de mis sueños.
De pronto te acercas a mí,
me seduces y yo me dejo seducir,
ante esas manos delicadas que pasan sobre mí,
haciéndome sentir el éxtasis de lo prohibido
y ese deseo que me es negado en mi frustrante realidad.

Tus labios húmedos destrozan mi moral,
y tu cuerpo merece adjetivos que no me atrevería a nombrar,
pues no creo que exista palabra tan fascinante que supere su descripción.
En un arrebato de adueñas de mi aliento con u beso,
que después me hace adicta a tu sabor,
exquisito, que algunas veces me hace delirar en las noche silenciosas,
que son testigos de aquel placer y pasión,
que me delata en noches tan especiales como esas.

De pronto me encandila el rayo de mi desesperante realidad,
y me hundo con ella, me acobardo,
mientras dejo que los minutos me manipulen,
como un títere en el pequeño escenario de mi rutina.

Hasta entonces esperare la noche,
para volverte a ver
y encerrarme en aquel fantástico mundo contigo otra vez.

(Melody Arvizu)

domingo, octubre 12, 2003

EL PRINCIPE FANIO

Por los cristales de la alcoba del príncipe Fanio, heredero del reino de Famandia, irrumpió una luz que lo sacudió, las cortinas de seda se agitaron con violencia, pegando en un anticuado mueble, como el diligente mensajero que anhela dejar su encomienda en buenas manos.

Nuestro héroe se levantó, al quedar su mirada prisionera del reloj de sol, tendió los brazos y alcanzó su brillante armadura cuando por sorpresa escuchó un relinchar, se asomó bruscamente a la ventana y al ver en el atrio una bestia jaloneando a su caballo, le gritó:
- ¡Sansón, escudero hijo de un diablo! ¿No sabéis acaso que Fragua es mas educado que vosotros? – Y con su mirada perdida, prosiguió: - ¡Traedme ya la lanza de mi padre, que en este día, mi corazón será de la más dichosa dama de este reino!

Todos saben, que en el otro extremo del valle encantado hay una cenicienta nube que día tras día oculta la ala superior del Castillo de Muriat donde las paredes de piedra obedecen al atroz gigante Páramo. Con ímpetu el intrépido príncipe montado en su fiel caballo, se atrevió a la densidad del valle. Transcurrieron tres días y tres noches llenas de odio y valor. El continuo rasgar de su espada en la imposible masa de lianas y animales salvajes sometió también a los endemoniados gnomos, que con ensordecedores gritos clamaban por su existencia.

El caballo se detuvo al acercarse del Castillo, como se una tormenta lo congelara más que el frío que encrespaba su crin, y el caballero levantando la visera de su casco para creer en lo que sus ojos descubrían, agarró fuertemente su lanza desafiando la imponencia de aquel gigante que descansaba sobre el puente colgante. El noble Príncipe con un mover de espuelas incitó a su montura, y aquel inaudito intruso iba quedando más y más a la merced de la punta de aquella lanza. Páramo cayó. Ahora, el joven príncipe tendría que hallar a la princesa, pero cual no fue su sorpresa, al ver que la cara y el cuerpo de aquel gigante se iban convirtiendo paulatinamente en la esbelta figura de su dulce amada. Abandonó su caballo y arrodillándose le entregó un tierno beso en sus labios.

Han pasado muchos años que podrían muy bien haber borrado para siempre, este suceso de la historia de Famandia, pero hoy y cada año, inunda el pueblo las calles, mostrando cuanto orgullo tienen depositado en su héroe. (José Pedro Palmela Mendes).

viernes, octubre 10, 2003

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Chorros de Luz

Miraba por ese recuadro místico por donde pasan unicornios, quimeras, centauros y demás, llovía. Un par de horas después de que el cielo se había caído en pequeños pedazos formando cientos de espejos vivientes, salí en busca de aire húmedo; me topé con uno de estos espejos y decidí atender el llamado visual que emitía y sin querer conocí aquella forma, en ocasiones regordeta y en otras mas esbelta, apenas la conocí porque nunca había estado tan cerca de ella, podía agacharme y tocarla, pero me daba miedo desvanecerla o deformarla mediante esas ondas suaves.

Me he dado cuenta que la plateada con sólo mostrarse pone en pánico a todo color, vivo o muerto; haciendo que estos huyan y se escondan en lo mas recóndito del planeta; al parecer sólo se sienten seguros bajo esos aprendices de sol, aprendices que se esmeran siglo tras siglo pero nunca podrán llegar a ser tan poderosos como su maestro, con toda razón, ya que éste con sólo asomar la cabeza estos se achican en su sangre azul, supongo que es azul, nunca la he visto, pero se rumora.

Dicen que son hermanos, que llevan la misma sangre, es verdad que siempre hay rivalidad entre hermanos, pero yo lo dudo, se odian y se huyen, o esta el rubio o esta la húmeda bella, a excepción de esas ocasiones en que la supuesta hermana se escabulle bajo la melena de oro, pero siempre pasa desapercibida por la diferencia de resplandor. A mi me es indiferente esta fraternidad rota (sí la hubo), yo disfruto tanto de los rizos brillantes de él y me baño en los chorros de luz de ella. (Daniel Avechuco).



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50 AÑOS NO SON NADA, SÓLO MEDIO SIGLO

Juan Anonio retiró un poco el micrófono, apretó los labios y respiró hondo. En sus ojos cruzó una nube pasajera. Se repuso rápido y luego respondió a una estudiante.

Su padre era un hombre como todos, formal, traía a casa el gasto. Salía temprano, y volvía tarde, cansado; se refugiaba entre dos paredones: la música y la lectura; los costos le hicieron tomar distancia del ejercicio de la fotografía, no así su afición por el lente. Po eso llego, en parte, la literatura, era otra forma de expresarse. Escribía entre las 12 de la noche y las 5 de la mañana; escribir es una actividad solitaria.

Dos novelas y un libro de cuentos, una obra aparentemente exigua, traducida a unas 40 lenguas, son el inventario de su inventario.

El arquitecto Víctor Jiménez y la investigadora Lina Grijalva completaron el cuadro. Jiménez es miembro de la Sociedad que lleva su nombre, Grijalva, una estudiosa de su obra. Sus intervenciones merecen mención aparte.

Se trata de Juan Rulfo. Este año se conmemora el 50 aniversario de la aparición de "El llano en llamas" y la División de Letras y Humanidades ha invitado a los tres a charlar sobre el escritor jalisciense. José Antonio es hijo del autor de Pedro Páramo y habla con respeto y sensibilidad sobre su padre. El auditorio de la escuela de Matemáticas recibió a un público interesado en conocer de cerca a quienes han compartido la vida y obra de Rulfo, en su mayoría estudiantes y maestros de la Escuela de Literatura y Lingüística. (humphreybloggart).

jueves, octubre 09, 2003

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TU DIOS

El veneno de su religión te tiene empapado, por el que nació su prisión mental que no nos permite llegar a ese lugar detrás de donde nacen nuestros pensamientos.
¿Por qué la humanidad nos empeñamos en no creer ni reconocer que la religión la inventamos nosotros, en nuestra misma necesidad de creer que existe algo más allá de nuestra realidad superficial?
¿Qué mundo sería sin ninguna religión , sino lo que nos uniera a todos espiritualmente y nutriera nuestra hermandad, fuera el ayudarnos a descubrir y desarrollar las partes ignoradas de nuestras mentes?
¿Qué seriamos capaces de lograr toda la humanidad si esa atención que tenemos a las autoridades supremas la tuviéramos enfocadas en nosotros, la propia humanidad?
¿Por qué aminoramos el valor de nuestros recursos humanos que tenemos para desarrollar, creyendo en una creación divina?
Pensar así, hace que creas que solo con los ojos físicos se pueden ver las profundidades de la realidad y la naturaleza interior de las cosas...

El poder está en la oscuridad. (Hernán Ortiz)

miércoles, octubre 08, 2003

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MESA REDONDA SOBRE RULFO

No se lo pierdan, de dos caí­das a tres, sin lí­mite de tiempo.

Mesa Redonda sobre Rulfo
Auditorio de Matemáticas
Unison
Viernes 10 de octubre
11:00 horas

Estarán presentes el mismí­simo hijo de Rulfo, un cuate de la Fundación Juan Rulfo y una investigadora de la Unison especialista en este autor.

Entrada Libre (puedes invitar a otros seres humanos).

(Prohibido llevar mascotas).

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