<$BlogRSDUrl$>

jueves, enero 22, 2004

.
A POSTERIORI

Cuando desperte, no sabia si era lunes u otro dia en realidad,
El dolor ya no estaba, el eco se habia escapado,
Deje que los sueños se fueran,
Permiti que mi esperanza buscara otro corazon,
Deje que el tiempo se fuera lentamente como todos los dias,
Como todas las horas, deje el amor, lo olvide en algun lugar.

Cuando dormia, no sabia que lo hacia, todo era borroso y un poco extraño,
Y el mundo no era mio ni de nadie, el mundo que respiro esta lleno de ti, de mi,
El mundo que respiro sabe a todo lo que me dices, de todo lo que quieres,
"yo se que existo porque tu me imaginas".

Y desperte hasta hoy, cuando el dia seguia oscuro y nadie sabia que ocurria,
Los pasos eran mios, los latidos tampoco eran tuyos,
Deje que el brillo de las estrellas se apagara, que el amor que respiraba no lo necesitaba,
Deje de abrir mi corazon y que el tuyo se fuera en otra direccion.

Cuando dormia, sabia que la vida no era mia, no la senti tan lejos como ahora,
No habia ese ruido que latia en mi pecho, no habia ni ese silencio que esperaba,
Cuando desperte, era todo tu sueño, de todo lo que me habias contado,
Deje hoy que el sueño me hablara sin nombre, sin lugar, sin forma...

Perdon, mañana te dire todo lo que hoy deje, por ahora...

miércoles, enero 14, 2004

.
(COMENTARIO Y POST DE DANIEL SALINAS)

(Plagiado de su blog sin permiso, ahí está en los links, échenle un ojo)

SOBRE LA LITERATURA DE LA REVOLUCIÓN

Me parece por demás valioso el ejercicio del blog Colectivo 104. He leído con sumo interés lo escrito en torno a la obra de Mariano Azuela.
Excelente punto de partida para hablar de una de los momentos más puros de la literatura en México, como lo es la novela de la Revolución.
Obsesionados como están por los clichés contracoolturales, los teorreicos postnarratvos han refundido a la literatura de la Revolución al sótano de lo anacrónico.
El apoyo que en su momento dieron las editoriales gubernamentales a la novela de la Revolución y la enorme influencia que ejerció en autores afectos al sistema priista, han hecho que las vanguardias contemporáneas tiendan a rehuirla. Yo mismo escuché a Mario Bellatin despotricar contra la tradición de la literatura revolucionaria (aclaro que un genio fuera de serie como Bellatin jamás podrá ser considerado por mí como un teorreico)
Sin duda los gobiernos del partido tricolor exaltaron la promoción de esta valiosa corriente literaria como una forma de legitimar y alabar la gesta revolucionaria que acabó por llevarlos al poder.
Pero ello no quita un ápice al valor y autenticidad de las grandes novelas de la Revolución.
Dado que ya se habló de Mariano Azuela y Los de abajo, yo me permito incluir y recomendar un par de novelas que considero fundamentales para apreciar la literatura de la Revolución Mexicana.

Tropa Vieja

La primera es Tropa vieja, de Francisco L. Urquizo, llamado el novelista del soldado. Urquizo fue uno de los lugartenientes más jóvenes de Venustiano Carranza y se mantuvo fiel al Santa Claus de Cuatro Ciénegas hasta la lluviosa noche de Tlaxcalantongo en que Rodolfo Herreros y sus secuaces asesinaron a su jefe en un jacal.
Urquizo escribe sus novelas desde la óptica del soldado de tropa y recrea como ninguno sus angustias e ilusiones. Tropa Vieja narra la vida de un campesino que es reclutado por el ejército porfirista mediante el socorrido sistema de la leva. Sin saber usar un arma, ignorando sus razones para pelear, este hombre va adecuándose a la cruel vida del soldado de infantería y pronto se ve inmerso en el marasmo revolucionario. Cuando en 1911 triunfa en Ciudad Juárez la revolución maderista y las tropas revolucionarias pasan a ser licenciadas, el personaje se convierte en soldado del gobierno de León de la Barra y luego del propio Madero.
Me gusta la forma en que nos dibuja la ignorancia del soldado frente al caos casi bíblico de un conflicto cuyas dimensiones rebasan su entendimiento. También me parece admirable la forma en que presenta la absoluta aleatoriedad que acompaña a la vida de la tropa. El hombre conoce a su “chata” en un tren y en cuestión de minutos deciden casarse, con la misma rapidez que ella lo abandona en la siguiente estación
Me gusta la descripción de esa solitaria caminata nocturna por el helado desierto de Chihuahua, y la forma en que nuestro soldado besa los labios de Juana, cuyo marido e hijo acaban de morir minutos antes en una batalla. En medio del fragor de la metralla y con la Santísima Muerte dándose un festín a su lado, Juana se entrega a su nuevo amor con una pasión urgente.
Urquizo tiene otros libros pero Tropa Vieja es el mejor. Me gusta también Memoria de campaña, un relato autobiográfico muy bien logrado en el que Urquizo, soldado al fin, es su propio personaje y narra episodios memorables, como la gran peda que se puso el ejército de Pablo González en la Cervecería Cuauhtémoc de Monterrey en 1914. Altamente recomendable-

Se llevaron el cañón para Bachimba

Esta novela de Rafael F. Muñoz narra la vida de un joven inmerso en uno los episodios más fugaces e intensos de la Revolución: La rebelión antimaderista de Pascual Orozco en Chihuahua. Es el año de 1912 y los colorados se han revelado contra su otrora caudillo, el presidente Madero. Un grupo de rebeldes llega a casa del protagonista y asesinan sin motivo aparente a Anicieto, el fiel arriero de su rancho. Solo en el mundo y despojado de sus pertenencias, el joven protagonista debe unirse a los colorados. Particularmente intensa es la narración de la escena de la máquina loca, una locomotora cargada de explosivos, que las tropas de Emilio Campa arrojaron sobre las huestes maderistas. El desastre motivó el suicidio del general González Salas y el nombramiento de Victoriano Huerta como jefe de las tropas. Muñoz describe la escena de la máquina loca como “un pedazo de infierno avanzando sobre los rieles en la inmensidad del desierto” (aclaro que me fío a mi memoria, no tengo el libro a la mano) Otro de los libros clásicos de Muños es “Vámonos con Pancho Villa”. Ambos recomendables.

Martín Luis Guzmán

Aunque pienso que “La sombra del Caudillo” es una de las mejores novelas del Siglo XX mexicano, me niego a compartir el punto de vista de quienes la consideran una piedra angular de la novela de la Revolución.
Esta novela no comparte las características propias de una novela típicamente revolucionaria. Primero porque aunque ficticia, es un hecho que cronológicamente se ubica en pleno régimen de Calles en 1927 y alude a la rebelión del general Serrano.
Su lenguaje carece de los elementos populares que caracterizan a la novela de tropa y su plataforma, a diferencia de las grandes novelas revolucionarias, se sustenta en la visión de un burgués. Creo que un elemento imprescindible de la literatura revolucionaria es el entorno, el habla, las maneras y la visión del pueblo inmerso en el conflicto, algo de lo que carece La sombra del Caudillo.
En cambio, sí lo es el cuento La fiesta de las balas, donde Martín Luis Guzmán nos narra (tal vez exageradamente) las sanas diversiones del buen Rodolfo Fierro, matando federales como codornices en un ruedo.

Revueltas y Rulfo

La literatura de la Revolución fue un fenómeno espontáneo, intenso, rico y pasajero. No creo que se pueda hablar de literatura contemporánea de la Revolución, aunque hay autores que apuestan aún por la temática y el estilo. Creo que ese fenómeno ya fue.
Considero que la literatura de la Revolución es la que se escribió durante el conflicto armado o en los años inmediatamente posteriores al mismo y es aquella que narra las andanzas de personajes del pueblo que por una u otra razón están inmersos en la orgía de las balas.
Es innegable que la literatura de la Revolución fue el antecedente directo del que abrevaron dos plumas sagradas como Juan Rulfo y José Revueltas, aunque sería un grave error enlistarlos dentro del catálogo de Mariano Azuela, Urquizo y Muñoz. Dios en la Tierra de Revueltas, a mi juicio el cuento de prosa más intensa que se ha escrito en México, narra la triste historia de un maestro delator durante la guerra cristera. Aunque el entorno podría tener elementos típicos de la literatura revolucionaria, Revueltas va mucho más allá. Lo suyo es una angustia ontológica que no supieron captar sus antecesores.
Rulfo también se sumerge en profundidades que los autores revolucionarios no alcanzaron a explorar. Cronológicamente, el suyo es el México post revolucionario, pero su pluma bucea como ninguna en el alma eterna y sin tiempo del campesino mexicano. (Daniel Salinas).
.
SOBRE EL COMENTARIO Y EL POST DE DANIEL SALINAS
ACERCA DE LA NOVELA DE LA REVOLUCIÓN


En uno de sus ensayos, Seymour Menton dispone un orden generacional para valorar a los escritores de la Revolución Mexicana que me parece interesante. Divide a los narradores en cinco grupos. Los nacidos entre 1873 y 1890, criados durante la dictadura pacífica de Porfirio Díaz y con algún grado de participación en los hechos armados: Azuela, Vasconcelos, Guzmán y José Rubén Romero. (Obviamente aquí desentona la obra de Martín Luis Guzmán, de acuerdo con Daniel S. Menton sugiere que se elimine del género novelístico por tratarse de memorias sus más reconocidas obras).

Segunda generación: los nacidos entre 1895 y 1902. Les tocó la Revolución de niños y publicaron tarde. Mancisidor, Muñoz y otros.

Tercera generación: nacidos en 1904 a 1914. Cuando empezaron a salir del casacarón ya se habían acabado los cocolazos. Yáñez, Revueltas y Magdaleno son, sin embargo herederos de un cosmopolitismo que permitió el auge revolucionario además de que supieron abrevar de los manantiales del vanguardismo. Su obra, más elaborada literariamente hablando, conserva el espíritu metamorfósico de la Revolución.

Cuarta generación. Rulfo, 1918. Caso aparte por razones de estilo y composición.

Quinta generación: nacidos entre 1925 y 1935: Rosario Castellanos, Sergio Galindo, C. Fuentes, T. Mojarro, Leñero y Del Paso. Decepcionados por la II guerra mundial, la guerra fría y la proliferación de armas atómicas, arropan una visión existencialista aunque políticamente activa.

No conozco la obra de F. Urquizo y parece ser un hueco en el listado de Menton. Hay que atender la recomendación de Daniel S. sobre Tropa Vieja.

Independientemente del uso propagandístico que los grupos políticos en el poder hayan hecho sobre la narrativa revolucionaria, o bien, de la participación política de los escritores, el juicio literario debe mantenerse lejos de toda inclinación o tendencia políticas.

Como categoría histórica, la narrativa de la Revolución (y la temática aleatoria) representa un fenómeno no tan pasajero como se supone. Pese a la crítica poco generosa de parte de especialistas y escritores contemporáneos, el género no necesariamente debe considerarse agotado. Los resabios del pasado, epitomizados por la intromisión extranjera, la problemática indígena, la extensión de la pobreza extrema y algunos tabúes religiosos, constituyen un excelente filón para la recreación literaria de las nuevas generaciones de escritores. (nacho mondaca)

jueves, enero 08, 2004

.
SON DIAS

Nos vamos caminando lentamente, convirtiendo los pasos en días,
Las lunas ya no es una y no es el frió lo que nos da vida,
Se van los años, y es mas la distancia para tus respuestas,
Son los días, son los detalles, los que el escribir no hacen.

Se va el viento y nos vamos junto las olas, a lo lejos se ve una isla,
Se ve toda nuestra vida, de un escape, de todo lo que nos olvida.
El mar poco a poco es nuestra salida, todos queremos llegar, y olvidar,

Corremos detrás de las personas que amamos, las llamamos,
Mentimos, es cierto no lo podemos olvidar, se van los días,
No se, siempre hay un punto donde podemos regresar,
Es fácil, nadie lo reclamara, porque aun hay un punto de regreso.

(No es la mitad)

Pero ya es tarde, no sabemos si es la mitad, pero ya caminamos tanto,
Que tanto es poco, y no sabemos que es amar, que es lo que dirán,
Ya el mar nos lleva de la mano, del sol no se sabe si volverá,
Ya no quiero saber que hay al fondo de mi mirar...

Ya sólo miro adelante esperando, una luna entre tanto mar,
Y un sol, que jamás dejara de faltar en todos los días
Que quedan, para soñar...

(Ismael Serhe).

martes, enero 06, 2004

.
LOS DE ABAJO Y LA LUCIÉRNAGA
REALIDAD Y FICCIÓN EN MARIANO AZUELA


Los orígenes de Mariano Azuela como novelista debemos situarlos en sus lecturas de juventud, especialmente en la literatura francesa de los períodos romántico, realista y naturalista. La influencia de los escritores es plenamente justificada por el propio autor jalisciense; sus ensayos sobre Balzac, Émil Zola y Marcel Proust, así como sus comentarios sobre Flaubert, Guy de Maupassant y los hermanos Gouncort, lo sugieren ampliamente.

Amén de su devoción por la entereza política de Zola, Azuela admiraba profundamente la novelística del francés y sentía una poderosa atracción por la meticulosidad y profundidad con que elaboraba sus relatos; podemos afirmar que la escuela francesa fue un pilar fundamental en la consolidación de su talento innato; sin reparar en esta influencia determinante, sería imposible entender la evolución narrativa de este escritor mexicano y su genio parecería sacado de una lámpara maravillosa.

El ratón de biblioteca Seymour Menton tiene razón al afirmar que:

“La producción novelística de Azuela constituye toda una historia balzaciana del
México de la primera mitad del siglo xx.”

Resulta contrastante la diversidad de opiniones que despierta el análisis de una obra emblemática de la Revolución Mexicana como Los de abajo, sin embargo, partamos de un hecho fundamental: la Revolución es un conflicto social que busca abolir las condiciones feudales que imperaban a principios del siglo xx como producto de la prolongada estadía de Porfirio Días en el poder; una economía debilitada por la sobreexplotación en el campo y la ciudad y el agotamiento de recursos significaba una atadura a los afanes de desarrollo económico y de mejoramiento social; la dictadura fue el elemento que unificó políticamente a las clases emergentes y puso en movilización a las grandes masas campesinas, sustento humano vital del conflicto armado. Esta convulsión nacional fue la materia prima de Azuela y de otros precursores de la novela del período revolucionario y posrevolucionario.

Antes de escribir su obra más conocida, Azuela tiene en su haber otros relatos novelados. El mismo confiesa:

“Desde que se inició el movimiento con Madero, sentí un gran deseo de convivir con auténticos revolucionarios –no de discurso, sino de rifle- como material humano inestimable para componer un libro...”

Con esta intención manifiesta, el autor difumina su vocación política en sus propósitos escriturales. Sobre la veracidad de su obra agrega:

“...la mayor parte de los sucesos referidos en la novela no fueron presenciados por mí, sino construidos o reconstruidos con retazos de visiones de gentes y acontecimientos. Los que la llaman relato no saben de la misa la media, si con ese título intentan decir que escribí como el que hace crónica o reportazgo.”.

Así, el novelista nos advierte que se propone darnos más que un testimonio:

“El novelista seguramente toma los elementos para sus construcciones del mundo que lo rodea o de los libros. Pero tal obra no se limita a la acumulación y ordenación de los materiales inertes, sino a la organización de un cuerpo nuevo y dotado de vida propia, de una obra de creación. De tal suerte que los mejores personajes de una novela serán aquellos que más lejos estén del modelo.”

Azuela ha decidido sus reglas del juego: va a narrar sucesos que ocurrieron en la realidad, pero en la óptica del novelista la realidad existe como una representación que requiere de un hilo conductor, la complejidad del hecho real requiere de sistematización, de urdimbre, de configuración y situación temporal. Tales elementos existen en la realidad pero únicamente se pueden exponer al lector mediante la abstracción inteligente y diferenciada, y por virtud de su inserción impactante en un imaginario asequible.

Demetrio Macías, el protagonista de Los de abajo, es creado por Azuela a imagen y semejanza de individuos de carne y hueso como el general Julián Medina, “revolucionario por convicción y de sanas tendencias,” a cuyas fuerzas se unió en Irapuato en 1914, pero afirma:

“En Guadalajara bauticé al protagonista de mi proyectada novela con el nombre de Demetrio Macías. Me desentendí de Julián Medina, para forjar y manejar con amplia libertad el tipo que se me ocurrió.”

“Si yo me hubiera encontrado entre los revolucionarios un tipo de la talla de Demetrio Macías, lo habría seguido hasta la muerte”, recuerda Azuela al referir un comentario epistolar suyo a José López Portillo y Rojas que refleja no muy sutilmente la desilusión que lo embarga luego de los resultados que arrojó la llamada Decena Trágica.

Al configurar otro de los personajes claves de Los de abajo, el de Luis Cervantes, secretario de Demetrio Macías a quien se reconoce en la novela por el mote de el Curro, su creador explica:

“... es un tipo imaginario construido con otro tipo imaginario y retazos tomados de la realidad. Los enemigos personales del coronel Francisco M. Delgado, secretario particular del gobernador Medina, por envidia unos, por viejos rencores otros, le formaron una atmósfera muy densa y una leyenda deprimente. Se le inventaron defectos que no tenía y acciones que no cometió, se le calumnió sotto voce dándole fama de lo que no fue. Delgado se había distinguido por su educación, inteligencia y cultura, y en campaña por su valor. Julián Medina, al designarlo para el importante puesto que desempeñó con decoro, tuvo un acierto. Pero esto le suscitó envidias, especialmente entre sus compañeros, que se sentían con iguales o mayores merecimientos. No fue, pues, el auténtico Delgado, sino el creado por la maledicencia, el que me dio el tipo que me hacía falta, el Curro de mi novela.”


Ficción y realidad

Aunque acotada en el tiempo, la vorágine de la lucha armada parece no brindar conciencia a los épicos personajes de Los de abajo acerca del marco cronológico en el que conviven, estos tampoco parecen conocer los objetivos políticos de su lucha, ni vislumbran a ciencia cierta el futuro que preconizan. Sus vidas surgen marcadas por un destino que les resulta impuesto por las circunstancias (lo externo) y motivadas por fuerzas indómitas (lo interior) de un ser nacional que busca afirmar una identidad en ciernes. Quizá a este grado de inconciencia debamos que una parte de la crítica haya sostenido por mucho tiempo que la novela de Azuela tiene un carácter reaccionario o contrarrevolucionario. En su ensayo La novela de la Revolución Mexicana, el investigador Luis Arturo Castellanos, al referirse a la narrativa de Azuela alega en su defensa:

“No debemos creer... que Azuela sea un contrarrevolucionario. Testigo insobornable de lo que vio, de los aciertos y los errores, sirvió más a México dando su realidad que si hubiera hecho propaganda y echado al viento la pintura de un mentido paraíso. No perdonó errores, sirvió a México así: se lo sirve con la denuncia y con la verdad, como Azuela, fiel a su revolución ideal y a su conciencia de hombre. Y como él, lo sirvieron Guzmán, Magdaleno, López y Fuentes, Mancisidor, Benitez...”

Por su parte, aplicando un análisis marxista a su interpretación, Adalbert Dessau señala que en este renglón la tragedia de Azuela es que:

“...simpatizando con el pueblo y defensor de una verdadera literatura nacional en una época en que todos los escritores estaban contra la representación de la realidad mexicana, zozobra en la contradicción de su punto de vista, orientado hacia la inmutabilidad moral típica de la pequeña burguesía provinciana y los comienzos del desarrollo de una sociedad burguesa...”

El novelista no tiene mayor obligación que ser verosímil con su propia estructura narrativa. El valor histórico de la novela de Azuela, igual que el de otros novelistas trascendentales, radica en que su recreación de personajes y circunstancias históricas tienen un aspecto testimonial apegado a ciertos hechos tomados de la realidad, sin embargo, su configuración espaciotemporal tiene lugar en la mente del escritor y el carácter ideal de sus personajes atiende a los motivos estructurales de la narración, a la representación artística que pretende y, especialmente, a mantener el tono que le permita la atención sostenida del lector.

Al respecto, el investigador colombiano Augusto Escobar Mesa, propone en su ensayo La novela histórica: una contradicción realizada lo siguiente:

“En el caso de la novela histórica, ficción e historia se funden en un todo propiciando una nueva forma expresiva. Así, la historia deja de ser exclusivamente archivo, documento, inventario de datos, y, la literatura, mera ficcionalidad, imaginario, invención de realidades distintas a lo real para terminar siendo lo uno en lo otro sin exclusión, mas bien con inclusión y alteridad por la presencia ineludible de lo otro”.

Críticos y apologistas

Por otro lado, contrariando las opiniones alegres y frecuentes acerca de la supuesta simplicidad estructural y la ausencia de premeditación de Los de Abajo, así como también la perspectiva analítica del propio Azuela, Seymour Menton encuentra elementos suficientes como para sancionar que

“En el caso de Los de abajo, se trata de una obra cuya estructura y cuyo estilo concuerdan muy bien con el ambiente caótico de la Revolución pero de ahí a afirmar que el libro no es más que una serie de cuadros sueltos, que no es una novela urdida y estructurada y que no sigue un plan premeditado son equivocaciones que ya no se deben repetir”.

Menton analiza por ejemplo, la relación matemática de las tres partes que componen la novela: la primera parte consta de 21 capítulos, la segunda de 14 y la tercera de 7. Esta secuencia, así como el reiterado recurso de cantidad (el número 3) que aparece una y otra vez a lo largo de la novela y que coincide con el hecho de que la obra consta de tres partes, son confeccionados, según Menton, como una deliberada intención narrativa del autor. El uso predominantes de los colores blanco, negro y rojo, agrega el investigador, son concebidos por Azuela para capturar “el aspecto trágico de la Revolución”.

Menton intenta acallar a los críticos de Azuela como José Luis Martínez y José Mancisidor que cuestionan:

“Aunque la novela resulta, en fin de cuentas adversa a la Revolución, pues más expone sus crueldades que defiende sus principios, describe con tal justeza los dramáticos incidentes y las íntimas reacciones de quienes en ella tomaron parte, que resultó a la postre una obra clásica en el género”.

“...es muy claro que en Los de abajo (aclamada como libro de la Revolución Mexicana por quienes demuestran grave ignorancia en cuanto al tema y en cuanto a la crítica), respecto a ello una observación certera es la de J. Mancisidor, demostrando todo lo que hay de negativo y es mucho, en Los de abajo, cuyos héroes...caen uno a uno sin descubrir, jamás, lo que de grande y magnífico en la revolución alienta...”

“Es probable que al escribir esta novela, el doctor Azuela no se propusiera a priori el empleo de ninguna técnica especial ni que tuviera conciencia clara de la valía estética de su obra”.


La línea del tiempo

Si analizamos la novela de Mariano Azuela bajo la óptica de la direccionalidad temporal, la narración de Los de abajo ocurre en un sentido lineal, del pasado hacia el futuro, siguiendo el curso natural de los acontecimientos. En este sentido, La luciérnaga, escrita alrededor de 1927, presenta nuevos recursos narrativos y es, en otro sentido, una de las novelas más experimentales de Azuela, pues la situación temporal de la historia presenta nuevos retos al lector.

La trama de La luciérnaga comienza con el choque de un tranvía y un camión urbano de pasajeros en la Ciudad de México. El conductor se fuga pero aparentemente muere cerca del lugar del percance. El autor retrocede en el tiempo para sorprender al lector con el hecho de que el camión es propiedad de una familia provinciana cuya pequeña fortuna está en vías de desaparecer. La familia procede de un pasado acomodado en Cieneguilla, representación de la tranquila provincia, pero no alcanza a aclimatarse en la gran urbe cuando la miseria y la necesidad la sorprenden. Dionisio, el jefe de esta familia inmigrante, es un personaje alcoholizado y conflictivo del que Azuela hace una disección sicológica detallada. María Cristina es La luciérnaga, hija de Dionisio a quien la necesidad arrastra a la prostitución, convirtiéndose de paso en el sostén familiar.

Los problemas sociales, el contraste entre la ciudad y la provincia campirana son los elementos de que se vale el escritor para armar esta novela. La voracidad de los hoteleros y otros parásitos en aras de apropiarse del dinero de Dionisio, exhiben a la capital como territorio minado donde la avaricia y el egoísmo campean libremente.

A diferencia de los personajes de Los de abajo, los de La luciérnaga se ven envueltos en exóticos monólogos, como es el caso de José María, hermano de Dionisio quien permanece con su propia familia en Cieneguilla al amparo de la tranquilidad provinciana y habiendo prevalecido al huracán de la Revolución, bajo el peso de la obligación religiosa. A la luz de la segunda parte, la primera parece adquirir significado, el lector empieza a comprender el entramado de la narración, pero el curso no se percibe tan fácilmente como Los de abajo. Otro monólogo afiebrado es el del propio Dionisio quien se ve a sí mismo culpable del accidente del principio, la sórdida confesión introspectiva descubre a los ojos del lector que era él quien conducía el autobús accidentado. La culpa le persigue y la exculpación proviene de su propia conciencia.

En la tercera parte, Dionisio se enfrenta con elementos corruptos que derivan del gobierno y se ve obligado a transar en aras de sobrevivir. Como si fuese el curso natural de un arroyo, Dionisio se ve en manos del hampa envuelto en el negocio ilícito del narcotráfico. Un oscuro personaje, la Generala, envuelve a Dionisio en el bajo mundo y pronto le despoja de su dinero. Luego de la muerte de Sebastián, hijo de Dionisio, su esposa lo abandona y emprende el regreso a Cieneguilla en compañía de sus hijos. Sin embargo, Conchita ya no encaja en el ambiente provinciano que dejó tiempo atrás. Se cuece a fuego lento la Guerra de los Cristeros y ahora la intolerancia y el fanatismo religiosos se apoderan del ambiente, Conchita no comulga ya con la estrechez bucólica del lugar y se ve compelida a retornar a la capital de donde ha huido. Al final de la narración, Conchita se reencuentra con un Dionisio que convaleciente abandona el hospital luego de haber sido herido en medio de un turbio y misterioso delito.

En La luciérnaga, el lector nuevamente se enfrenta a dilucidar los límites de la realidad y la ficción. El crucigrama de lo testimonial. Los personajes y circunstancias que Azuela conoció siendo médico del dispensario popular de Peralvillo en pleno corazón de la capital, rondan ágilmente por La luciérnaga. Testimonio provisto de nombres ficticios, de orígenes diversos y vicios medulares, pasa ahora por el cedazo del novelista y presenta al México en formación de los años 20.

Adalbert Dessau ve en La luciérnaga una crítica al régimen de Plutarco Elías Calles. Pero el novelista no elabora panfletos, ni se obstina en ser testimonial. Lo es porque tal condición le representa un anzuelo para capturar a su presa. El novelista tiene interés en la búsqueda de la verdad: la verdad narrativa, el logro artístico de su narración. El lector tiene sus propios propósitos.

Azuela alegará que tomó prestados a los personajes caminan por las aceras de cualquier ciudad. Que las circunstancias de sus relatos se encuentran a la vuelta de la esquina. Que las virtudes y vicios viven latentes en cualquier ser humano. Pero, inadvertidamente o no, el armazón de su novela salió de su imaginación y el lector disfrutará o denostará el producto de su ingenio. Serán los críticos literarios, los historiadores e investigadores del acto artístico quienes se enfrenten al rompecabezas de la interpretación. (nacho mondaca).

This page is powered by Blogger. Isn't yours?