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domingo, febrero 29, 2004

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JUAN CALLEJA

»“Ya me está doliendo la rodilla de tanto caminar”, iba pensando “suena en la coyuntura como si estuviera hecha pedacitos. ¡Maldito viejo!, nomás falta que me dé para atrás, y conociéndolo es lo más segurito. Lo avaro nunca se le quitará. Y si me niega el favor juro por ésta que me lo echo…y no por dinero ni nada por el estilo, nomás por el mero gusto de ver cómo se revuelca en el suelo…así como una víbora que es. Cómo gozaría ese momento… ¡Cómo desearía que me dijera que no! ¡Cómo me gustaría!”. Calló. Secó el frío sudor que recorría sus sienes con la manga de su camisa y siguió caminando en sosiego.
»Pronto estaba frente a una alta puerta de madera. Tocó con los nudillos.
»―¿Quién es? ―se escuchó una voz femenina tras la puerta.
»―Soy yo, Juan Calleja.
»―¿Busca al patrón?
»―Sí.
»―Espere un momento ―repuso aquélla.
»Juan se encuclilló, estaba demasiado exhausto para mantenerse en pie. Transcurrieron algunos segundos en los cuales Juan cerraba y abría los ojos lentamente; estaba entre la imposible vigilia y el pesado sueño.
»Se escuchó el murmullo de unos pasos apresurados, alguien se acercaban a la puerta. Abrieron con vehemencia.
»―¿Qué demonios quieres? ―inquirió el que abrió.
»Juan se quitó su inservible sombrero, lo colocó a la altura del pecho con sus dos manos, y luego agachando la cabeza exclamó:
»―Vengo a que me haga un favor, don Severo.
»―Es muy noches para favores ―replicó el viejo con una expresiva mueca de molestia, una mueca que no le interesaba ocultar.
»Juan levantó la mirada, reparó en la posición de don Severo: bajo el umbral, con su mano derecha a la cintura y la otra sosteniendo el borde de la puerta, como con intención de cerrar. Entonces murmuró con inseguridad:
»―El frío está muy fuerte aquí afuera ¿No va a invitarme a pasar?
»―No ―dijo el viejo secamente―, tengo visitas importantes.
»El muchacho volteó a su derecha y vio una caballada.
»―¿Los dueños de esos caballos? ―preguntó Juan señalando a los animales a lo lejos―, ¿Quiénes son?
»―¡Qué te importa!―replicó don Severo con suma irritación―, y ya basta de habladurías…fui muy claro cuando te dije que no te quería volver a ver por acá…ni a ti ni a la perdida de tu mujer.
»―No le diga así, don Severo, recuerde que…
»―¡No quiero recordar nada! ¡Y yo le digo como me dé la gana!
»Callaron los dos. Juan apretó fuertemente los dientes y cerró los puños para aguantarse la rabia que le hervía por dentro de las venas; don Severo cruzó los brazos, en señal de indiferencia.
»―Di lo que tengas que decir y lárgate ―reanudó el viejo―, y date prisa porque tengo visitas, ya te lo dije.
»Juan tragó saliva con dificultad. Después dijo:
»―Es que…mire usted…Martha y yo la estamos pasando muy mal…a mí me está faltando el trabajo…pues ya ve usted cómo están las cosas…quisiera que…
»―Ya sé hacia dónde van tus balbuceos ―interrumpió el viejo. Después preguntó con ligera ironía―: ¿No tienes con qué alimentar a tu mujer?
»Juan agachó de nuevo la cabeza; luego dijo:
»―Me apena decirlo...pero a eso vengo.
»El viejo, con una estrepitosa carcajada que a simple vista parecía ser un acceso de tos, rompió con el silencio que la madrugada impone. Juan frunció las cejas como no entendiendo la sorna de aquél.
»―¡Ah! qué mi yerno éste ―exclamó don Severo cesando en su burla― No seas tan iluso Juan, clarito les advertí esto…ahora se aguantan, no tienen de otra.
»―Pero necesitamos de su ayuda. Martha está muy mal, necesita comer algo, necesita cobija con qué tapar su enclenque y delicado cuerpecito…ya se imaginará cómo quedó después de un malísimo parto.
»―¡Eso hubieras pensado antes de llevártela!
»―Pero usted sabe don Severo que sino me le hubiese llevado por la mala como lo hice, usted jamás me la hubiera soltado por la buena.
»―¿Y cómo ―repuso el viejo explotando en coraje― iba a soltártela, desgraciado? Si no eres más que un muerto de hambre.
»Juan le dio la espalda al viejo con intención de ocultar aquellas pesadas gotas de bilis que derramaba en forma de lágrimas. Su mano indecisa no sabía si juntarse con la otra junto a su pecho y suplicarle, o juntar las dos en aquel surcado y abominable cuello. No obstante, su sangre pesada pudo dominarse de nuevo. Era más fuerte el sentimiento de lucha, pues ante que cualquier desahogo estaba su familia que tanto le necesitaba. Una incesante pelea acaecía en su interior; por un lado su familia, que lo mantenía allí, soportando los filosos latigazos en forma de insultos; por otro lado estaba su coraje que aumentaba a la par del tiempo, ése que pronto iba ganando terreno. A pesar de esto aún cedía en su furia, aún estaba en sus manos.
»―Se lo suplico ―Insistió Juan una vez más, mirando de frente al viejo―; no lo haga por mí, hágalo por su hija.
»―¡Desde que puso un pie fuera de esta casa ya no es mi hija!
»―Entonces hágalo por su nietecito.
»―No es mi nieto ―replicó don Severo con aquel porte altivo que lo caracterizaba―, mis nietos nacerían aquí, bajo el techo de Severo Santillán.
»El semblante de Juan ensombreció. Alzó su cara. La hirviente mirada de éste chocó con la fría de aquél, un encuentro desafiante. El muchacho dio un paso hacia delante, alzó su puño, y después expresó con tono amenazante:
»―Ya le rogué, ya me humillé, ya escuche suficientes insultos…es todo lo que puedo hacer. Me largo ―al terminar estas palabras viró, dándole la espalda al viejo, y comenzó a caminar con un ligero cojeo.
»―Jamás debiste de venir aquí ―repuso el otro con incertidumbre en el rostro―, ve y arrástrate en otro charco.
»Juan ya no contestó, pues se había alejado bastante. Caminaba bajo aquellos baños de luz que la luna arrojaba en su punto.


―¿Que cómo estuvo? Yo ni sé, patrones. Yo nomás puedo contarles lo del día siguiente: Al primer canto del gallo me levanté ―como todas las mañanas― de mi cama. Todavía estaba muy oscuro, y hacía harto frío. Entre bostezo y bostezo me puse el camisón y salí de mi cuartito. Me dirigí medio dormida ―aún restregaba mis ojos― hacia la cocina a prepararle el café a don Severo, ese que siempre le preparo todas las mañanas. Y ahí estaba yo, atizando, calentando el agua, buscando el café que siempre dejaba en distintos lugares. “¿Lo quiere negro o con leche?” recuerdo que le gritaba al patrón desde la cocina. “Dígame si lo quiere con leche, don Severo” le insistía, pero no contestaba. Sin preguntarle de nuevo se lo hice con leche, casi siempre lo quería así. Cuando se lo llevé al comedor vi que estaba como dormido, con los miembros sueltos y con la cabeza agachada hacia adelante. No hice el menor caso. Dejé la taza sobre la mesa y fui a hacer mis obligaciones.
»Regresé a la cocina después de una hora; no vi ningún reloj, pero lo supe porque el sol ya se metía por esa ventana que está frente al comedor. Y el patrón estaba en la misma posición, igual de dormido y el café intacto y helado, pues el humo se había extinguido. “don Severo” murmuré, pero no hizo ningún movimiento. “don Severo ¿Está usted bien?” insistí, pero tampoco hizo caso. Me impacienté, lo tomé de la mano para ver si con el tacto despertase. Igual de quieto. Su mano estaba harto helada y muy tiesa. Y eso se me hizo harto extraño, pues mi patrón ―aún con este fuerte frío― siempre tenía las manos muy calientitas, bien que lo sé yo. Por eso fue que me asusté; lo sacudí del hombro para que despertase, pero no obtuve éxito. También los hombros los tenía muy tiesos. En un último intento le levanté la cabeza ―pues la tenía hundida hacia el pecho― y vi esas horribles aberturas que le hicieron en su cuello, ahí donde todos los hombres tienen la manzana…desgraciados.
―¿desgraciados? ¿Sabe quién o quiénes fueron?
―No…No exactamente.


»―Patrón, le llaman afuera ―le dije.
»―¿Quién?
»―Mucha gente, no vi cuantos eran pero vienen a caballo y encarabinados.
»―¿Encarabinados dices?
»―Sí, patrón.
»Don Severo se dirigió lentamente a la puerta con la ceja un poco arqueada. Yo lo seguí. Se asomó por una abertura y ―con un movimiento como de susto― se echó para atrás. Meditó unos segundos y después abrió lentamente la puerta. Mientras iba abriendo la puerta, la abertura que hacía ésta se iba haciendo grande, mostrando aquel grupo de hombres armados. Yo me asusté.
»―¿Qué se les ofrece, señores? ―preguntó mi patrón con exagerado respeto, casi haciendo reverencia.
»―¿No nos invita a pasar? ―dijo uno de aquel grupo, que se mostraba como el líder.
»―...este...sí…sí…pasen.
»―¿Dónde podemos amarrar los caballos?
»―¿He?...Allá ―dijo don Severo, señalando una cerca un poco alejada de donde estaban―. Esa cerca les servirá.
»Pasaron todos. Uno por uno en fila. Ocho en total. Yo los conté. Detrás de estos les siguió don Severo con una mirada de desconfianza. A mí también se me hacía extraña la presencia de aquellos hombres en mera madrugada. Los invitó a sentarse en la mesa y a mí me ordenó que les trajese unas cervezas. Fui y regresé rápidamente. Mi patrón no bebió, sólo jugaba con el vaso entre sus robustas manos.
»―Bueno, ¿Qué los trae por acá? ―preguntó mi patrón intentando mostrar simpatía.
»―Se dice por los alrededores que es usted dueño de medio pueblo ―dijo el líder con un tono amigable.
»―Exageraciones de la gente, usted sabe.
»―Lo sé ―repuso el mismo mirando de soslayo a sus compañeros con una leve sonrisa―. Aunque se nota a leguas que usted es gente adinerada.
»―Pues sí ―afirmó don Severo como no queriendo hacerlo―, tengo lo mío; pero ¿A qué se debe el comentario?
»―Mire, el asunto que nos trae por aquí es muy simple: como usted a de imaginarse nosotros andamos en la revuelta. Nosotros y un montón más. La lucha es dura, escaseamos de parque, comida, casa…de todo. Usted sabe que uno no vive de aire…Y pues venimos a solicitar de la manera más atenta su ayuda.
»Don Severo se quedó un momento en silencio. Reflexionando. Después dijo con un fingido semblante de duda:
»―¿Mi ayuda? ¿Qué clase de ayuda?
El líder volteó de nuevo a sus compañeros, con una risita de incredulidad.
»―Es muy fácil…ayúdenos con dinero y techo por esta noche.
»Mi patrón se llevó la mano izquierda al codo derecho, y la mano derecha a la barbilla. Pensaba no muy convencido.
»―¿Y qué pasa si me niego?
»―¿Vez Ignacio? ―dijo alterándose otro de aquel grupo― ¡ya sabía que se iba a negar!, ¡esta gente es muy avara! Te dije que ni intentáramos hablar, bien podríamos meterle un plomazo y dejarnos de este parlamentarismo.
»El tal Ignacio enrojeció de coraje; le dio un golpe a la mesa con el puño, y cuando iba a contestar llamaron a la puerta. Fui hacia ella. Desde adentro pregunté que si quién era “Juan, Juan Calleja” me contestaron del otro lado. Entonces regresé y le avisé a don Severo que Juan lo estaba esperando en la puerta.
»Don Severo fue hacia allá.


―¿Que qué pasó después? No sé, patrones. Sólo estuve un rato cerca de aquellos extraños. Estaban susurre y susurre quién sabe qué. Yo nomás me les quedaba viendo, intentando inmiscuirme con la mirada en aquel grupo de matones. Uno que otro, estirando su delgado cuello, volteaba a verme y me dirigía una mirada como de desprecio. Por eso hablaban quedito. Después me fui a dormir. Era muy ya muy tarde y el frío se me empezaba a subir por mis cansadas piernas. ¿Qué si llevaban navaja? Toditos, ahí en ese cinturón todos traían su navaja, guardada pero traían. ¡Ellos fueron, patrones! ¡Ellos fueron! Estaban harto enojados con mi patrón, que en paz descanse, estaban ahí hechos bolita planeando la muerte de don Severo, pobrecito, su único pecado fue el de ser muy avaro.
―No hay duda, si pasaron las cosas tal como las cuentas, seguro fueron ellos.
―¡Castíguenlos! patroncitos ¡castíguenlos!
―Eso va a estar un poco complicado…


»Allá va Juan Calleja, subiendo con sumo esfuerzo aquella pedregosa cuesta que siempre sube rumbo a su casa. Allá va arrastrando la pierna derecha, por la cual bajan hilitos de sangre, sangre de tanto caminar. Va llegando a la cima de la lomita, desde donde el fulgor de la luna alumbra su semblante, una cara exhausta y sucia pero con una leve mueca de satisfacción. Con su mano izquierda pegada a la altura del pecho, como si sostuviera aquel agitado y ahora negro corazón; mientras, el brazo derecho le cuelga, con sus venas ostentosamente remarcadas, lo están porque la mano sostiene ―con la poca de fuerza que le queda― una filosa navaja que estila pesadas gotas de sangre, caen levantando un polvo con aroma mortecino.

»Juan Calleja caminó jadeante. Paso tras paso bajo la fría y sigilosa madrugada. Caminó poco más de una hora. Ya sin navaja y con la pierna dormida llegó a su casa, donde al fin tendría una noche de pleno sueño. (Daniel Avechuco).

viernes, febrero 27, 2004

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ESCRITORES SONORENSES FIRMAN CARTA

Los escritores Martín Piña, Paco Luna e Iván Figueroa firmaron la carta a la opinión pública exigiendo la liberación de los escritores Sifuentes y León. La promotora cultural y periodista Edith Cota firmó también.

Hasta el momento se han colectado más de 500 firmas entre las que destacan Carlos Monsiváis, Jorge Volpi, Mario Bellatin, Carlos Cuarón, Alberto Chimal, entre muchos otros. Se espera que la presión ejercida por la comunidad intelectual sirva para dar marcha atrás a la política represora del gobierno del DF, diseñada por el exalcalde neoyorquino Giulianni. (nacho mondaca).


lunes, febrero 23, 2004

SATURAR LOS MEDIOS

Entre ayer y hoy se envió el comunicado de prensa y la carta a la opinión pública sobre el caso Sifuentes/León a los principales medios informativos del estado, así como a algunos columnistas y comentaristas de radio.

A diferencia de los textos anteriores, la Carta a la opinión pública al menos menciona a Marcelo Ebrard y retoma el aspecto político que no debe soslayarse en este asunto. Es mi punto de vista que la exigencia de libertad debe hacerse directamente a López Obrador por ser la cabeza del gobierno capitalino. NO es Marcelo Ebrard qiuen aspira a ser presidente (no aún pues), sino AMLO, de modo que éste será más "sensible" a un cuestionamiento a su política anticrimen. No pretendo ser simplista, pero es obvio que a López Obrador no le conviene que su nombre ande circulando a nivel nacional bajo el supuesto de ser un aspirante ambicioso y demagogo.

En fin, quienes tienen en sus manos este asunto sabrán mejor cómo proceder. Estamos pendientes.

Mañana se dará a conocer el texto de la Carta a la comunidad de la escuela de Letras, a los comentaristas de Radio Universidad así como también a los dirigentes del PRD local. Luego veremos qué más se nos ocurre. (nacho mondaca).
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CATARSIS


La habitación esta oscura, no veo mas hay del largo de mi brazo, no se donde exactamente me encuentro, pero si se que no es en el mismo lugar que ayer, no se cuanto mida la habitación, también se siente helada y húmeda, tengo frío y no hay nada con que cubrirme, huele a sangre y a sudor.

No se cuanto tiempo ha pasado desde que entre aquí, no se cuantos días y cuantas noches han pasado, ya no se cuanto tiempo duermo y cuanto estoy despierta, ya no se si pasa un segundo o tres meses, ya no se cuando podré salir de aquí.

Me duele el cuerpo; tengo hambre, estoy sudando, me falta el aire, me siento mal, ya no se si después de que termine podré seguir viviendo, ya no se si de verdad todo ha pasado o sólo ha sido un sueño, ya no comprendo no se por que no puedo pensar, trato de aclarar mis ideas pero no puedo es todo más fuerte que yo.
Escucho los ruidos afuera de la casa, niños, un parque quizás, ya no se, alguien afuera canta, o es una radio, siento los ojos pesados, ya viene del nuevo el sueño que no se cuanto tiempo dura, siguen cantando, sigue la risa de los niños, parece los ruidos de la tarde, los pájaros que vuelven al nido, la gente que vuelve a su casa de las labores del día o quizás es solo parte del sueño.

Nuevamente dejo de escuchar, no puedo respirar es asfixiante, me duelen las piernas, me duele todo lo que provocas tú, solo te siento sobre mi, tu espalda arañada por mis uñas, huelo tu sudor y el mío mezclados, la sangre que sale de mi vajina que has roto tú, no escucho más que tu voz; tranquila, tranquila, tranquila.

Se que he llorado de satisfacción y de dolor, se que me has dado el mejor día, la mejor noche o el mejor mes que haya tenido, por que no se cuanto tiempo ha pasado solo se que me he vuelto vulnerable a tu sexo dentro del mío, se que ya no podré estar más sin ti, aun que se que esta será la primera y única vez que te tendré, por que no eres mío, si no de ella la que es para ti, lo que tu para mi, se también que mañana que me encuentres en tu camino, solo dirás hola y adiós.

Lo que me queda es que en las noches me desearas a mí y no a ella, la que ocupa el otro lado de la cama, que escucharas mi voz en tu oído cuando ella diga te amo, que desearas mi cuerpo y tomaras el de ella, que estaré en tus sueños cada noche, que viviré dentro de ti cada día, que tomaras de ella lo que te hace falta de mi y no saciaras nunca tu sed de mi. Que añoraras esa tarde, ese día o esa noche, por que tú también olvidaras en que tiempo fue, solo una, la que ahora no te deja vivir. (Kim Jurashi)

jueves, febrero 12, 2004

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AVE MARIA PURISIMA
(Sin pecado concebida)

Frío. El aire recorre mi brazo derecho. Me estremezco y vuelvo a la pantalla que me encandila un poco. La casa quedó a oscuras y sólo logra iluminarse mis manos y mi cara, me parezco a esas niñas traumadas con el chat: se la pasan chateando con pendejos que ni conocen y contándoles sus más íntimos secretos, pero ciertamente yo he de confesarme contigo (y eso que no te conozco):
Volví de la calle diferente, con mis pensamientos clavados en los suyos, penetrándolos poco a poco hasta llegar al centro de su pequeño corazón, ese que dice que solo sirve para latir y bombear sangre, latía despacio y suave, aunque sin detenerse, el cuerpo intacto y sus ojos que parecían perderse en medio del monte diciéndome algo que yo no quería descifrar. A veces es mejor poner en duda algo que confirmaste hace mucho tiempo y hacerte de la vista gorda, se que es una posición muy cómoda, pero te doy la oportunidad de juzgarme como quieras (igual me importa poco).
Te decía que volví diferente, tal vez más sangrona y pelada que antes pero se debe a que una tiene que saber cuando interpretar bien el mensaje que se te da o hacerte la pendeja, yo por mucho tiempo me he hecho la pendeja, pero creeme no lo soy. Pero como ya te dije es simplemente comodidad. Total que ahorita estoy escribiendo por simple comodidad para poder llegar al final de esta hoja y dejarte con la duda de porque volví diferente esta noche.
Porque sería muy fácil decirte que mis pensamientos se clavaron en los de él porque logramos comunicarnos sin palabras, él me dijo que me amaba y yo también lo amo, lo abracé y su corazón latía, lo tuve tan cerca tan solo por un instante que me bastó para ver mi vida de forma distinta… Podría decirte eso, pero es demasiado cursi y patético –aparte de mal redactado-. Pero mejor piensa que soy cursi, y que eso pasó en realidad y yo me quedo con mi verdad enterita, cómica e intacta, esa que está en mi cabeza y a ti solo te digo que volví diferente con mis caderas más anchas y un himen destrozado. (Alba López).




martes, febrero 10, 2004

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BELLEZA INERTE

Sentado cómodamente en el sofá, escuchaba con deleite mi música predilecta. Mi esposa entró con estrépito a la casa, cerró la puerta con tal fuerza que dos cuadros cayeron de la pared: una minúscula adaptación del Guernica de Picasso, y una foto mía.
―¿Qué demonios te pasa?
Ella con suma palidez y una leve sonrisa, apenas perceptible, empezó a balbucear sosteniendo su bolso a la altura del pecho:
―He…conocido…la…verdadera…belleza…
Con el ceño fruncido la hice tomar asiento, le dije que me esperase y fui a preparar una taza de té, se veía sumamente alterada.
Volví. Le dí a tomar la taza de té y reanudé el tema:
―Habla, mujer, me tienes estupefacto.

Entonces empezó a relatar una singular anécdota:

"…Hoy por la tarde llegó una invitación, en la que el señor T nos invitaba su exposición de pintura. Como estabas muy ocupado en tu trabajo, decidí ir yo. Tomé el auto y salí hacia allá. Cuando llegué a la casa del señor T, una densa muchedumbre abarrotaba la puerta. Fastidiada, estuve a punto de decidir meter reversa y retirarme. Eché un último vistazo y alcancé a ver al señor T salir de la aglomeración haiendo señas. Llegó hasta el auto e hizo una estudiada caravana. Fue entonces que resolví quedarme, no fui capaz de arrancar el auto en sus narices y largarme.
―¿Pensaba usted retirarse sin conocer mi obra, mi estimada amiga?
―Cla-claro que no ― dije procurando no parecer hipócrita.
―Si es así ―replicó él tendiéndome su cadavérica mano―, pase usted por aquí, yo mismo le enseñaré mi pequeña y modesta colección.
Entramos a la casa con nuestros brazos entrelazados. Fue impresionante cómo abrió el paso la muchedumbre y recordé cómo se abrió el mar Rojo en tiempo de los profetas. Era evidente el poder de su presencia. Sin decir nada, el señor T imponía su presencia.
Estuvimos juntos alrededor de treinta minutos observando las obras. Él, tras su surcado semblante y sus marcadas ojeras, explicaba con elocuencia cada detalle de los lienzos. Me sorprendió el grado de admiración que manifestaba por su propia creación, la intensidad de sus palabras crecía. No obstante, sus expresiones eran suficientemente cuidadosas como para no caer en un desplante de narcisismo. Menos mal, no lo hubiera soportado.
―Mire esto mi estimada amiga ―recuerdo que me dijo esas palabras después de un largo silencio, mientras señalaba una bella pintura―, la considero, modestamente, mi obra maestra.
Recuerdo la sorpresa y estupefacción que experimentéante tan gran belleza: una hermosa pero a la vez lóbrega pintura titulada "Belleza inerte". Y vaya que era bella, literalmente: una hermosa mujer de ojos muy abiertos ―la recuerdo perfectamente― y perdidos, postrada en una cama de sábanas blancas, sábanas violentadas por el escarlata de su sangre. El cuadro ―según el señor T― representaba el éxtasis de la belleza en un cuerpo sin vida, aunque estéticamente podía mirarse una viveza nítida. Lo más impresionante era la belleza capturada en el justo momento de la muerte. Era impresionante y merecía sin duda el título que le daba su creador.
―Es realmente espectacular, señor T , ¿Cómo llegó su imaginación a concebir esta sombría y hermosa pieza?
―Ahí está el secreto, mi estimada amiga ―me respondió con sádica sonrisa, recuerdo bien la apariencia de su risa―, uno tiene la obligación de pintar con la más extrema naturalidad, si es necesario…
―¿Si es necesario qué? ―Inquirí exaltándome, pues casi podía leer el resto de la frase en su sonrisa― ¿Quiere decir que…
―Así es ―interrumpió él―, esa mujer es mi difunta amante, falleció hace un par de meses…el mismo día en que nació esta perfecta obra.
―...
―El silencio...debo entender que le agrada la pintura... ¿No es así?, dijo blandiendo una mirada que no puedo olvidar. ¡Era el demonio en persona! Sin dejar de mirarlo, fui dando algunos pasos hacia atrás, creo que no miraba siquiera. Di media vuelta y podía escuchar el sonido de mis tacones al apresurarme hacia la salida.
―¡Vuelva pronto! ―gritó a mis espaldas sin que nadie a mi alrededor se inmutara― ¡sería un perenne goce tenerla a usted como décima musa!
Ya en el auto empecé a reflexionar…era mi obligación aceptarlo, la pintura tenía una belleza impecable, jamás vista…Muy pocos podrían imaginar el método utilizado para conseguirla... "
Se tomó el té. Luego se dirigió hacia la alcoba donde se recostó para entrar en un sueño profundo.
Acaba de llamar el señor T por teléfono, ha preguntado por ella. (DANIEL AVECHUCO).




domingo, febrero 08, 2004

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UNA DE TANTAS

Las acciones y personajes de esta historia son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es mera irreverencia.

Ha concluido la entrega del Nóbel de literatura. Se han organizado algunos cocteles y reuniones nocturnas, el embajador decretó noche libre. Así que aquí estoy, deambulando hacia el hotel por una calle oscura de un Estocolmo y, pese al frío, se nota un movimiento inusual. Hay un bar abierto donde un trago sería una buena idea. Me impiden el paso y solicitan una invitación. No tengo. Es usted escritor, lector, algo. Sorprende la pregunta. Soy lector. Pase, falta un lector. Entro, el bullicio no permite identificar la música pero no importa, sólo interesa el espectáculo que se abre a mi torpe visión. Humo de cigarrilos. Es el lector, anuncian mi presencia. Llega un tipo de nombre Jakobsen y me saluda amablemente. El lector, verdad. Sí. Pase, puede tomar asiento en la mesa de miss Sintaxis. Señala a un costado del bar, frente a la barra repleta de... Jakobsen hace un guiño inadvertido, Sintaxis ríe abiertamente. Adelante. Me presentan a los de la mesa: Adjetivo, Puntoycoma, Perífrasis, al final, entrado en copas, Participio. Nos reímos. Ya nos conocíamos, algunos desde la primaria, hablamos el mismo idioma. Whisky solo por favor. Pida whisky nada más, advierte Jakobsen, así se entiende que es solo. Todos ríen. Encojo los hombros aceptando la corrección de Jakobsen. Me levanto. En el baño, Signo de admiración se peina el punto frente al espejo. Me lavo las manos. Voltea y me ve. Luego, señalando con un gesto risueño la zona de mingitorios dice: Oye, alguien se está masturbando ahí... es Pleonasmo y no se oculta... es su forma de repetirse a sí mismo, echa una carcajada como la del perro Satán. Quedo perplejo, guarda su peine y sale, también yo.

Rumbo a la mesa, noto que Diéresis abraza a Comillas justo al fondo del salón, en la esquina oscura donde está la caseta telefónica. El verboide lleva de la cintura a Y, se dirigen a la barra. Escucho que piden martinis. Gerundio lo saluda fríamente, Qué haciendo, dice con voz etilizada. Preposición está recargada en Paréntesis que la abraza impunemente. Están próximos a la pista pero la música ha tenido un respiro. Todos vuelven a sus asientos. Comienzo a aburrirme.

Gramática trata de mantener la compostura, pide otro whisky, ahora doble. Adverbio sale a bailar con miss Conjunción, ésta se enlaza. Interjección hace un escándalo, el de siempre, gritos. Llama la atención, dice Adjetivo, no hay que hacer caso. En la pista, Semántica da clase de baile, Complemento Directo trata de seguirle el paso. Tocan un tango y algunos se retiran de la pista mofándose de sí mismos. Entre los que se quedan Morfología hace lo suyo aunque Sustantivo se ve cansado. Lenguaje observa desde la mesa del fondo. Al concluir el tango he consumido tres tragos y comienzo a sentirme fuera de lugar. Veo el reloj, deseo largarme.

Se acerca Diccionario, ha engordado últimamente, dice algo a Jakobsen. Escucho todo: deben llevar a Enciclopedia al hotel, está ebria y, bueno, es evidente, a sus años merece cierta consideración. Amablemente, Signo de Interrogación se ofrece a desempeñar esa delicada misión. Asunto arreglado. Aprovecho la confusión y ofrezco ayudar para retirar a la viejita que se ha orinado. Jakobsen pela los ojos y ríe. Aprovecho la ocasión para tocar retirada. Al salir, Email entra enfundado en una vestimenta estrafalaria, detrás aparece Sintagma con un vistoso tatuaje en la mano, destaca su falda color fiucha. Enciclopedia ha empezado a vomitar en plena calle. Hay movimiento. Estoy donde empecé, me largo a mi refugio, mañana hay que viajar.(nacho mondaca).

martes, febrero 03, 2004

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ELLA

Deseas, acaricias, te encaprichas y la vuelves a desear,
solo quieres su sexo. Sentir placer, ¡eres tan egoísta!
que ya no te importa nada.
Antes buscabas que su alma te perteneciera, eso era suficiente.
Solo con eso bastaba. Y ahora es lo que menos te importa,
si te pertenece que bien, y si no, se vuelve aun más perfecto.
Te has desprendido de lo que alguna vez fueron tus convicciones,
y hoy ruedas sobre distintas almohadas sin bandera alguna,
solo bajo el oculto rostro del deleite. Pero no siempre fue así.
La quisiste tanto ayer,
y eso te provocaba tremendo furor,
pues tal situación te hacia humillarte ante tu glorioso orgullo.
Hoy, sabes que ya no la quieres,
pero si lo que es peor. La piensas.
Y se desliza por tu cabeza, tan sensual, tan segura de su belleza.
Y te mira a los ojos. Te convence con el primer beso,
sus labios son a los únicos a los que no les puedes decir no.
Y asesinas a tu orgullo. Lo matas y lo observas morir por un rato,
hasta que deje de respirar. Y duele. Pero da igual.
La divina fricción de tu lengua con la suya, es la afirmación a su tan fascinante invitación.
Entonces te excomulgas de todo pudor.
Te excitas cuando piensas en ella.
Tu mente se nutre de orgasmos continuos, cuando solo la piensas.
Ya no la quieres como la quisiste ayer. Todo es mejor ahora, por que ella
es solo tu deseo. Si hoy sientes algún querer hacia ella, solo es el querer
contemplar su cuerpo desnudo a tu lado, como vecina de su piel y tu como
dueña de su orgasmo.
No le quieres de otra forma. De eso no hay duda.
Pero le celas tanto, como si la quisieras de verdad.
Tus manos y tu boca, son amos de su intimidad. En el inmutable
duelo de sus cuerpos, en la noche perpetua que acaba, cuando
nuestra fría indiferencia como la próxima luz
empieza a exhibirse.
Lujuria. Si. Esa es tu palabra y la de ella.
Y en cada encuentro te cuestionas.
¿Que acaso la lujuria es no querer de verdad?
Y recuerdas, por poco lo olvidabas, para conservarla junto a tu extremo deseo,
y que su sexo siga siendo cómplice del tuyo, tienes que fingir
y hacerle creer que nunca la querrás.

(Melody Arvizu Trasviña)




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